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Vestir a las mujeres española, mestiza y criolla de la Colonia. Paraguay 1811. Parte 1

Hay noticia de que en las Misiones se llegaron a fabricar tejidos de lana y algodón de diversos tipos y clases: lienzos, bayetas, paños, etc., sencillos, gruesos, de hilo torcido, en variedad de colores; de modo a cubrir no solamente las necesidades de la población con las exigencias de la vestimenta femenina y sobre todo la masculina – camisas, calzones, jubones o chalecos, ponchos de lana y algodón, etc.; pero siempre existió una lista de telas ricas (damasco, terciopelos, tisúes para dalmáticas, casullas, capas, cortinados) que hubo que importar. Aunque en las Misiones no se llegó a realizar tejidos de lujo, los bordadores, y en especial los tejedores especializados, se adiestraban lo suficiente para poder reparar o reconstituir esos tejidos, cuando las piezas sufrían deterioro.
Josefina PláEl Barroco Hispano-Guaraní.


Grupo de Mandu'arä en la Recreación del 2015. 
Fotografía: Helen Gómez de la Fuente.

Recopilación de textos.

Las primeras noticias. (Algunas mujeres de la Conquista. Josefina Plá. ASOCIACIÓN DE LA MUJER ESPAÑOLA. Asunción – Paraguay.1985)

Muchos son los historiadores y cronistas del descubrimiento y después, que nos ilustran sobre las hazañas y sacrificios masculinos en esas décadas únicas de la historia. Imposible no estar en desacuerdo, en que sin los hombres, el descubrimiento se habría retrasado algo más de lo que ya llevaba de retraso, que era bastante. Pero de lo que las mujeres hicieron participando en la gesta, o colaborando en ella, muy poco dicen, y como de pasada.
En rigor, el cronista que más habla de las mujeres en las peripecias del Rio de la Plata, es Centenera. Y Centenera, precisamente quizá porque siendo hombre de Iglesia, estaba lleno de los preconceptos que hicieron, por siglos, de la mujer, "causa de la caída" y "vaso de inmundicia", no pierde ocasión de vituperarlas. Pero, misógino o no, es él quien más las nombra. Es evidente que nuestros enemigos son nuestros mejores agentes de publicidad.
Una de las cláusulas de las Armadas prohibió desde el principio que en ellas embarcasen mujeres. Aún sin tener en cuenta la razón potísima del espacio vital, en aquellos tiempos de las cáscaras de nuez flotantes, se entendía que la presencia de mujeres a bordo no podía menos de ser perjudicial a la paz y armonía necesarias para que las naves no perdiesen la brújula.
De acuerdo a esa prohibición, se supone que los compañeros de Solís y de Gaboto se vinieron solos. Un viejo proverbio sin embargo dice que hecha la ley hecha la trampa. La prohibición era el Derecho, pero la trampa era el hecho. Es más probable, evidente por inducción y deducción, que en esas Armadas como en otras, se filtraron polisonas cuya presencia a bordo nadie, por un motivo u otro, tuviese interés en denunciar. Más de una mujer pudo y debió venirse, vestida preventivamente de varón en aquella época que no era de minifaldas pero si de minicalzas o metida en un barril.

Con la Armada de Don Pedro de Mendoza se permitió ya la venida de mujeres. Los gobernantes habían recordado el Génesis, y comprendido que si Adán solo se bastaba para conquistar el nuevo Paraíso, con él solito no prosperarla. Se puso únicamente la condición de que las Evas debían venir casadas.


Sistema de castas colonial
Fueron pues pocas, relativa y proporcionalmente, las mujeres españolas llegadas a la colonia en el siglo XVI. Forzando mucho, mucho, el cómputo, llegaríamos quizá a poco más de trescientas. Por eso no debe extrañar que los españoles solteros se dedicasen a reeditar en esta tierra las delicias del harén y llegasen a tener, según el mismo Centenera, hasta sesenta mujeres indígenas en su casa. 
A propósito de esto, recordaremos que hubo también cédulas en las cuales se ordenaba a los maridos que tuviesen su mujer en la metrópoli, la hicieran venir a la colonia para restituir a integridad el hogar; pero la escasez de Armadas debió ser en verdad obstáculo para el cumplimiento total de estas cédulas en la región.

Si al lector le interesa acceder al texto completo de la conferencia que a instancia de la Asociación de la Mujer Española, pronunció la Dra. Josefina Plá, puede acercarse a la biblioteca del Centro Cultural Juan de Salazar.

Josefina Plá nos hace un listado de aquellas mujeres y algunos párrafos significativos de testimonios que se conservan de ellas, que no fueron pasivas y sumisas sino audaces y valientes; con acciones aparentemente pequeñas y nada espectaculares trasplantaron su lengua y costumbres, asumiendo en muchas ocasiones tareas tradicionalmente masculinas, al mismo tiempo que parían y educaban a sus hijos.
Configuraron una nueva sociedad con unos pueblos que hoy en día siguen hablando y manteniendo la lengua y costumbres de ellas. Lucia de Miranda, Isabel de Guevara, La Maldonada, Mencía Calderón de Sanabria. Primer "Adelantada", Elvira de Contreras y otras más.

Mujer española en América. 
Museo de las Américas. Madrid. España

En el capítulo Las cincuenta DAMAS de Doña Mencia, Josefina Plá, ilustra de esta manera: 
¿Habían oído ya hablar de la vida de harén que los españoles se tratan en Asunción? ¿Quién sabe? Pero si lo sabían, no podían tener una idea muy clara de las dimensiones del problema. No era un secreto para las más tímidas doncellas (aunque padres, abuelos, parientes o tutores creyesen otra cosa, fanáticos adeptos de la asepsia mental en las féminas jóvenes) que los maridos en España tenían sus aventuras, hijos de cuando en cuando nacían fuera de la casa; y eso era comentado primero en voz baja, luego en voz más alta y por último dejaba de ser noticia. No podían imaginar con otros contornos o perfiles el problema en estas tierras aún para ellas desconocidas. Y, en cualquier caso, todas esperaban con ese admirable optimismo merced al cual la mujer ha soportado siglos y siglos su hogareña servidumbre, que su presencia cambiaría las cosas, si era preciso.

La estada de esta expedición en Santa Catalina se señala no obstante por un hecho, aunque efímero en si importante: el de la fundación de San Francisco del Vyazá. La demora en Santa Catalina sin embargo les dio ocasión de algún descanso y alimento; y su estada como huéspedes, un poco forzosas y otro poco forzadas de Thomé de Sousa, les permitió volver al cuerpo no sólo el alma, sino también las carnes, y hacerse de ropas nuevas a cuenta de la Real Hacienda. Lástima que después de varios meses de trajinar por la selva en la segunda parte del viaje hasta llegar a Asunción, las renovadas ropas no debieron llegar en muy buen estado.
Entretanto, en Asunción, los españoles presuntos novios esperaban. . .
Del proceso psicológico a que debió dar lugar esa prevista llegada masiva de españolas y su irrupción en el statu quo del Paraíso asunceno, poco han dejado los cronistas, que juzgaban sin duda de poca monta el asunto de bendiciones, de las cuales habían perdido la costumbre. Una escritora argentina, Josefina Cruz, ha intentado dar un esquicio del estado de ánimo de los colonos en esos años que duró la espera, y en los cuales no todo por cierto se pasó en esperar, pues en el interior hubo expediciones y se fundaron ciudades como Ontiveros.
Las cuarenta y seis restantes damas con Doña Mencia al frente continúan, paso a paso su viaje cortando por la cintura el continente en busca del Marido Desconocido. Nueva prueba larga y dura. Meses de camino por sendas abiertas, más bien adivinadas. Meses caminando por roquedos y breñas, bajo bosques o sol rajante, con lluvia y con tormentas, a través de paisajes parecidos unos a gloria y otros a infierno; comiendo lo que los indígenas bien dispuestos les tratan; durmiendo en lecho precario, fuera de toda perspectiva de aliño y dengue femenino, salvo tal vez los baños en riachos o lagunas donde no surgiera de pronto algún bicho espantable.

También en ellas, conforme avanza el viaje, opera psicológicamente la aproximación creciente de una situación del todo nueva. A los tormentos materiales del viaje, se debió añadir superándolo a menudo, el de encontrarse así, desprovistas de galas y adornos, algo así como sin armas para la batalla. Máxime cuanto que no podían imaginar que sus futuros tampoco tenían, a este respecto, mucho de qué valerse para impresionar.

Porque aquí es ocasión de recordar que en todos aquellos años de aventuras y desventuras, la provisión de galas en el guardarropa del conquistador no se había renovado mucho, ni siquiera conservado. Quizá en alguna alacena o arcón se conservase tal cual chupa bordada, calzón acuchillado, jubón de grana, camisa con randas, resto milagroso de las compras hechas al genovés Pancaldo, cuando su nave atracó en 1539 en Buenos Aires, y todavía los tratos se hicieron a fiado, "para pagar con el oro que hallasen". O guardasen alguna de sus prendas y arreos algunos de los supervivientes compañeros de Cabeza de Vaca.

Así encontramos más relatos en textos de trabajos de Josefina sobre la presencia española en el Río de la Plata y Paraguay, este blog tiene la intención de compartir estos retazos, enfocándonos en aquellas que hablan del vestir.  La recopilación de cronistas y viajeros que describen el vestir de esos tiempos lo encontramos en distintas fuentes. De todas maneras esos trabajos citan en su mayoría a Ulrico Schmidl, J.R. Rengger, Paucke, Azara, Aguirre y otros más que ya mencionamos en la primera entrada sobre las fuentes.

Pueden visitar las colecciones en línea del Museo del Traje de Madrid. España. El Museo conserva escasas pero significativas piezas de los siglos XVI y XVII, de las que se podría destacar un jubón femenino de finales del XVI. La colección del siglo XVIII tiene excelentes ejemplos del traje masculino, así como la colección de casacas femeninas.
Seguimos imaginándonos el vestir de estas mujeres y recreándolas con los relatos, grabados y piezas de Museos. En los libros Artesanías del Paraguay y el Arte Barroco-Guaraní de Josefina Plá encontramos lo que sigue:

Lo común y corriente como lo demuestran los documentos de época, eran las prendas hechas de lienzo de algodón o caraguatá, tejidas por las indias, y cosidas por algún sastre, que, aunque no de corte, algo cortaba. Esos documentos mencionan capotes, calzones cortos, jubones de algodón, viejos. . .algún chaleco de cuero, y uno que otro par de zapatos ancianos. Estas eran las galas con las cuales se aprestaban a recibir a sus prometidas los otrora resplandecientes y crujientes conquistadores. . . Se ha escrito poco o nada acerca del efecto que en la vida colonial tuvo la irrupción de ese contingente femenino, portador intacto de pautas de vida y conducta que posiblemente se encontrasen a esa altura de la vida colonial, un tanto deterioradas o por lo menos en situación de laboriosa defensa. 


Ursula Paniagua. Vestido en lienzo con bordados de encaje-ju. Recreación 2015. 
Fotografía: Valeria Canata.

Sin embargo con esas pocas mujeres españolas que desde el comienzo o pocos años más tarde vinieron a compartir las vicisitudes de la adaptación – encabezadas por la enhiesta voluntad de Isabel de Guevara primero, de Doña Mencia la Adelantada luego – llegaron también a la tierra, si no las primeras manifestaciones del lujo – no tenían lugar para ellas las bravas cuanto abnegadas mujeres – por lo menos las naturales apetencias de comodidad, y mas tarde, en cuanto las circunstancias lo permitieran, de ornato doméstico. Donde esta la mujer está el hogar, y con el hogar el germen de todas las artesanías. Ya en 1541 llegan los primeros carpinteros y tallistas; ellos labraron los primeros muebles en las ricas maderas de la tierra: arcones, arquibancos, sillones, vargueños, modestamente ornados al principio con dentículos y detalles ojivales, de vago sabor feudal; muebles que con el tiempo enriquecerán su diseño, se harán menos pesados, se ornarán de relieves finamente compuestos, se completarán con el tapizado en damasco o en cuero, se adornarán con embutidos o taraceas de marfil o de nácar.

En el recato de los modestos estrados de época aprendieron las hijas del conquistador – españolas o mestizas – los primores del encaje de Tenerife, que infuso de ritmos nativos derivó en el hermoso ñandutí, adornándose no sólo con el nombre indígena – que muestra cuán hondo caló en el espíritu de la tierra – sino también con variantes de eufónico nombre: Flor de arazá, ñandú, estrella, pajarito, pata de vaca, flor de maíz. Y hasta se aureoló de leyendas.
En lo que se refiere a la adopción del ñanduti, su aculturación y subsiguiente florecimiento colonial, es posible que hayan ejercido cierta influencia los talleres de Misiones, donde mujeres indias especialmente adiestradas confeccionaban y restauraban la ropa de altar y los ornamentos.
La carestía de tejidos importados incitó a trabajar el algodón nativo, y el lienzo local adquirió finura de cendal (tela de seda o lino muy fina y transparente): fue el llamado aopoí, que recibió el aliciente suplementario de los bordados españoles. El typoi o vestimenta femenina, cuyo origen no ha sido aún discernido (posiblemente fuese improvisación de los primeros misioneros) se modifica siguiendo la línea de la camisa de ciertos trajes regionales femeninos españoles; aquella que bajo el corpiño destaca sus bordados en cuello y mangas.
No es de desdeñar el nivel alcanzado en las Misiones por la artesanía del tejido; por lo menos, en lo que a la cantidad se refiere; así como en el bordado y encajería; actividades todas de las cuales quedan testimonios en diversos autores.

Magda Fernández y Yeruti para la Recreación del 2015
Los materiales se obtenían localmente: el algodón era producto de las cosechas (de antiguo el algodón paraguayo se ha distinguido por lo excelente de su fibra) y la lana procedía de las ovejas localmente criadas. Las disposiciones tomadas por los Padres para organizar el trabajo de hilado (a cargo de las mujeres) para surtir los telares, son demasiado conocidas para que hayamos de recordarlas aquí. 

Hay noticia de que en las Misiones se llegaron a fabricar tejidos de lana y algodón de diversos tipos y clases: lienzos, bayetas, paños, etc., sencillos, gruesos, de hilo torcido, en variedad de colores; de modo a cubrir no solamente las necesidades de la población con las exigencias de la vestimenta femenina y sobre todo la masculina, pero siempre existió una lista de telas ricas (damasco, terciopelos, tisúes para dalmáticas, casullas, capas, cortinados) que hubo que importar.


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